Patakí oroiña
La Tierra era una gran masa incandescente y Olofi sintió tanto calor que envió a Yemú a apagar el
fuego. Tras largos días de trabajo, estaba extenuada, pero la candela había desaparecido de la
superficie.
El agua corría de los lugares más elevados a los más bajos, tan largo era el camino que el dulce
líquido cuando llegaba a su destino se tornaba salado, así fueron naciendo los ríos y los mares.
Oroíña, el fuego que había quedado preso en el centro del planeta, no estaba conforme con su
destino y fue a ver a Olofi quien le reprochó su actitud anterior, pero con su bondad y sabiduría
habituales dijo: “Estás pagando tu culpa, mas para que nadie te olvide, cada cierto tiempo te
prestaré la loma y por ella dejarás oír tu voz y mostrarás tu descendencia.”
Por eso, cuando menos lo esperamos, un volcán nos espanta con su ruido, que no es más que la
voz de Oroíña, y Aggayú, su hijo, devora los sembrados y se adueña de la sabana.
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