PATTAKÍ DE LA PALMA Y AGGUEMA
Changó, enamorado como siempre, quiso cumplir con Oyá en su cumpleaños,
y le compró un rubí de tamaño grande y maravillosamente tallado, lo envolvió
en sus hojas de palmas y, con cuidado, le hizo una dedicatoria digna de una
reina. Al tener el presente ya listo llamó a su mensajera, Agguemá —la
lagartija—, que además era su gran amiga y le dijo que cuanto antes fuera al ilé
de Oyá y se lo entregara. Agguemá, que veía por los ojos de su amo, partió en
desenfrenada carrera sin ver por dónde pisaba, se cayó en un hueco y
¡cataplum! se tragó el presente. Agguemá, muy asustada ya que conocía el
carácter de su amo y de Oyá, y con el rubí atravesado en la garganta, se
escondió, pues no quería que se diera cuenta que no había cumplido con el
encargo, pero, además, se quedó sin habla, por no poder desembarazarse de
semejante rubí.
Changó, extrañado que Oyá no lo fuera a ver para agradecerle ese bello
presente se dirigió al ilé de ésta. ¡Cuál no fue su sorpresa al encontrarse a la
orisha hecha una furia y derramando fuego por la boca pues pensaba que
Changó se encontraba parrandeando con otras! Changó se dio a la tarea de
buscar a la lagartija en todos los hoyos, rocas y montoncitos de tierra, y su furia
no tenía paralelo.
Las hormiguitas le avisaron a Agguemá lo que le iba a suceder, pues su dueño
parecía un león enjaulado. Al encontrarla Changó, ella, temblorosa, trató de
explicarle, cosa ésta que Changó, en su ceguera, no la dejaba. Ella no pudo
hacer otra cosa que huir despavorida al penacho de la palma, pero Changó
despedía rayos, truenos y piedras, bombardeando e hiriendo de muerte a su
sagrada ilé. Por eso los rayos caen constantemente en la palma y Agguemá,
por ser rápida, los evade. Todos los días, a las doce del día, baja a la tierra, la
besa y saca su pañuelo rojo en señal de arrepentimiento. Cuando truena,
levanta una pática.
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